
Millennials, extranjeros y alternativos imponen el fanatismo como código de comportamiento para vivir "la experiencia" del festival
"Esto es increíble, estamos mejor que en casa", dijo Jesse Hughes parado con cara de sorpresa frente a ante una multitud que coreaba el nombre de Eagles of Death Metal, ayer durante la primera jornada de Lollapalooza 2016. Pero esa efusiva reacción de la gente frente a su primer show en Argentina no es un caso aislado, sino más bien una constante por parte del público que asiste al festival en particular y a recitales de visitas internacionales en general. Una cruza de público de los 90 (una minoría parece resistir), millennials y un gran porcentaje de extranjeros (becarios, turistas) se reparten la torta demográfica del festival en el predio del Hipódromo de San Isidro. La multitud parece decidida a vivir la experiencia del evento de modo efusivo, celebratorio e indiscriminado, como si el fanatismo fuera un código de comportamiento más. Se trata de un modelo de demagogia con sello nacional que sube desde abajo del escenario (con efusivas demostraciones de cariño hacia verdaderas novedades como Twenty One Pilots, Walk the Moon o la modelo y DJ Jack Novak) y que hacen de la edición local del evento un lugar de fácil acceso y proyección para los artistas que bajan hasta esta parte del continente cada año.