En 1990, Gustavo Cerati se reencontró con el rock de los 70 y le dio a Soda Stereo su hito salvaje. Reseña en profundidad de un clásico continental
La presencia funk de Carlos Alomar – el guitarrista más requerido por David Bowie durante sus años dorados – en Doble vida había convertido a Soda Stereo en una máquina de precisión pop. La apuesta funcionó a escala continental y, después de casi dos años de giras interminables, el trío acusó la necesidad de un cambio para privilegiar las canciones por sobre los efectos de producción. Canción animal es la respuesta a tanta sofisticación y el primer registro en que Gustavo Cerati empieza a mirarse como un heredero natural del rock argentino de los 70. El espíritu valvular de los viejos discos de Pescado Rabioso, Color Humano y Vox Dei se convierte en un norte posible, y las guitarras ruidosas del pre-grunge – bandas como Screaming Trees, Smithereens y Pixies – completan el marco de la renovación.
De esa mezcla entre pasado y presente nació un registro tan perdurable como los estribillos de «Un millón de años luz», «(En) El séptimo día» y, sobre todo, «De música ligera». Otro factor determinante fue el ingreso de Daniel Melero en el rol de cómplice y hostigador. La incorporación alteró los vínculos de un triángulo sin fisuras hasta ese momento. Pero varias estrategias fatales del productor invisible influyeron en Cerati y en el disco definitivo de Soda.
«Fue un momento muy inspirado del grupo, y Daniel fue una pieza clave», señaló el cantante en el número 60 de RS. Hoy es posible trazar una trilogía de discos influyentes para la generación del 90 con el tándem Cerati-Melero como los mejores padrinos para marcar la ruta del futuro: a partir de Canción animal, que luego tuvo su vida oculta en Cámara (Melero) y emergió como un tesoro de fantasías en Colores santos, tal vez el mejor disco compartido del rock argentino que aún espera una reparación histórica. Mejor suerte corrió el álbum naranja con la pareja de leones en tapa: casi no registra rasgos de envejecimiento, luce fresco en sus guitarras dinamita y en las secuencias minimalistas que explican el peso de la memoria: «Las luces de la costa son faros del pasado, todo volverá a ser como fue», canta Cerati antes de abandonarse a la corriente como un nuevo náufrago, otro hombre al agua como aquellos pioneros, pero en este caso frente a una multitud de adoradores.