
La megarquesta presentó Y la banda sigue, su nuevo disco, en el Palacio de los Deportes
"Ante todo, perdón. Somos los Decadentes" se excusa Cucho. El show no lleva ni quince minutos y ya se suscita el primer inconveniente: la computadora de Claudio Carrozza, empacada, no quiere disparar la pista con la que la banda iba a hacer "Los Piratas" junto a Los Heladeros del Tiempo, primeros invitados de la larga velada. Nadie parece preocuparse demasiado por el asunto al otro lado del escenario. Todos se ríen. Creen que es un chiste. Saben que, en verdad, los músicos son más auténticos que decadentes. Ahí radica la seriedad de un grupo que hizo de la ironía su bandera: nada es para la tribuna. Todo (desde la orquestación más ensayada hasta el último de los errores involuntarios) persigue una búsqueda genuina que no se agota: tres décadas después de su origen vuelven por más con un nuevo disco, el décimo de estudio. Es el que presentaron el sábado. Se llama, justamente, Y la banda sigue.
Los Decadentes tocaron en infinidades de antros, salas, teatros, aforos, cuevas y estadios. Ninguno de ellos parece calzarles mejor que el Luna Park. Escenario de arte, circo y deporte. Mística y sudor. Tragedia y comedia. De la desaprensión de "La guitarra" ("no quiero estudiar") al reclamo en "Vayan a estudiar" (del último disco, que repasaron de punta a punta). Tantas caras y tantas voces caben en una sola canción. Que puede ser cualquiera, tomada al azar, entre las 35 que desandaron durante dos horas y media. Allí piden que siga el baile al compás del tamboril, que no tengas miedo y vengas con los muchachos, que te quedes un rato más porque la soledad es mala y llena la cabeza de pavadas. O que leas libros. "Estamos más viejos y un poco gordos, pero somos los mismos", jura Cucho, antes de "Pendeviejo". El tiempo no agotó la fórmula. La maceró para realzar sus tonos.
Sobre el escenario se suceden un cuarteto de cuerdas, el cantante de Los Sultanes, la murga Agarrate Catalina, el Mono de Kapanga o Daniel Melero, un robot que lanza helio o el Francés Bernardou tirando agua con una manguera. El falso temor de la anarquía controlada. El caos organizado. "¡Viva la banda más punk del planeta!", azuza con certeza Fernando Ruiz Díaz. No hay estrellas con brillos desmedidos ni líderes ampulosos. Los Decadentes se reparten el tablado entre tres niveles, pero todos tienen la facultad para moverse por donde lo deseen. Los lucimientos individuales cobran sentido cuando el colectivo los respalda. En 28 años, sólo Diego Demarco y el Perro Serrano (que el sábado hizo una bonita versión de "No me importa el dinero" junto a Ale Costa, su eterna compañera) se animaron a una experiencia solista por fuera del grupo. "Podríamos separarnos sólo para después hacer un curro con el regreso", tira Cucho, con simpática credibilidad.
Rock, reggae, baladas, aromas balcánicos, progresiones épicas, valsecitos, murga, postpunk. Detrás de incontrastables hits ("Diosa", "La primera lejana", "El gran señor", "Entregá el marrón", "El murguero", "Loco, tu forma de ser"... sólo por nombrar unos pocos en nombre de tantos otros) se esconden innumerables estilos y variantes musicales. A todos ellos los identifica un sello propio. Los resignifica. Los Decadentes son como esos tipos a los que toda pilcha les calza bien. El extraño encanto de mirarse al espejo y reconocerse a sí mismo independientemente de los atavios del momento. Afortunadamente, sigue existiendo gente que consume música sin la necesidad de tener que estar recurriendo a libros y enciclopedias. Son los que se movilizan por los sentimientos primarios del ritmo y de la melodía. Los que se emocionan por las construcciones poéticas de cada letra. Los mismos que, con sus entradas, mantienen viva a una banda que no parece demasiado preocupada por el avance del tiempo. Que sigan, nomás.
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