El líder de Los Auténticos Decadentes repasa su año agitado: «Si no paramos vamos a terminar en el Borda», dice
Disfrazado de un Santa pirata, rodeado de modelos, el cantante de Los Auténticos Decadentes , Cucho Parisi, actúa para la cámara: «¡Papá Noel no existe, soy yo!» Estamos en un estudio de fotografía en Palermo, un día de calor a mediados de noviembre; la sesión comenzó hace dos minutos pero ya están todos -productoras, asistentes, modelos, el fotógrafo- riéndose. Cucho, que ha empezado a transpirar adentro del traje, sigue: «¡Traeme los regalos, Claus!»
Este fue un año intenso para los Decadentes. «El 2015 fue tan agitado que si no paramos vamos a terminar en el Borda», dice Cucho después, tomando Coca Light en un sillón. Con el reggae «Enciendan los parlantes» convertido en hit del verano, en febrero el tour de Y la banda sigue por México cerró con 22.000 personas en el Palacio de los Deportes («Si le sacás el sonido parece un show de Arctic Monkeys», dice él), una escala de convocatoria superior a la que tienen en su país. Este mismo show tuvo entradas agotadas en el Luna Park en junio y en el Teatro Metropol de Bogotá, Colombia, en julio, cuando siguieron camino a Estados Unidos. Tocaron en Chicago, dieron dos shows en Nueva York (un Stage 48 agotado y un recital al aire libre en Brooklyn para 8.000 personas) y hubo uno en Miami (en Grand Central, también sold-out), donde Jaime Bayly entrevistó a Cucho, que en un momento dijo sobre la banda: «El humor nos ha salvado la vida». Algo cambió ese día, según el frontman: «Después de la entrevista me fui a un supermercado, ¡y la gente me reconocía! Nunca me había pasado eso en Estados Unidos».
Para él y la banda, el 2015 está terminando con un Premio Konex de Platino y -al cierre de esta edición- una nominación al Grammy latino. «En enero armamos un show con una puesta terrible, y no paramos más», dice Cucho, que hasta apareció con su tapado de animal print en la publicidad de vía pública de un seguro para instrumentos. «De mi casa ya me echaron. Bueno, voy y vengo. Soy un clásico. Un perro abandonado.»
Hijo de un buscavidas que «una vez se jugó a las cartas la casa y la perdió», Cucho recuerda el día en que descubrió que Papá Noel no existía. «Estaba en la cama haciendo la carta, quería una bicicleta.» Entonces vio pasar a su papá con varias bolsas y esconder una pelota rayada arriba de un placard. «Ahí dije: ‘Umm, ¿qué pasa? Algo no está bien’. Y se me vino el mundo abajo.»
A los 48 años, Cucho se compra las cosas que quiso de chico; colecciona equipos de audio, electrodomésticos vintage y específicamente cosas de plástico color naranja. «Ahora triplico lo que no pude tener», dice.
«Es comprador compulsivo. No sabés cómo se pone en los shoppings», agrega el guitarrista Nito Montecchia, el compañero de banco con el que Cucho armó el grupo en la adolescencia. Esta faceta suya puede verse en el DVD Vacaciones estressantes, cuando en una gira en vez de comprar un iPad compra diez tablets truchas por el mismo precio. «Pero bueno, de chicos fuimos pobres», lo excusa Nito.
A Cucho, además, le gusta regalar. Orgulloso cuenta que hace unos meses canjeó unas millas acumuladas y llevó a su hija mayor a Cincinnati a ver un show de Morrissey: «Le di el regalo de Navidad por adelantado».
Este año sólo le quedó un pendiente con sus compañeros. «Tenía la idea de pintar un micro de amarillo con el corazón y salir de gira a currar con los 20 años de Mi vida loca», dice sobre el clásico de 1995 que incluía «La guitarra» y forjó la leyenda de este grupo que con los años se ha convertido en sinónimo de fiesta en Argentina (infaltables en el carnaval carioca), en especial después de la crisis de 2001. «Lo que más me dicen es: ‘Gracias por la alegría'», dice Cucho. «Yo no pensé que íbamos a terminar tan metidos en el ADN de la gente.»
Navidad es el único momento del año en que los Decadentes (un grupo de trece integrantes del que viven 23 familias) no se ven entre ellos. Cuando llegue la Nochebuena, Cucho va a estar, como todos los años, solo con su esposa y sus dos hijas en Valeria del Mar. Y, como todos los años, no va a poder evitar terminar animando alguna fiesta en la playa. «Soy un agitador», dice. «Mi performance podría haber sido cantar, pasar música o hacer teatro en el medio. Cuando estoy en el tren de la alegría es cuando avasallo, no paro, porque la música me mete en un espiral de energía en el que me siento inimputable.»