Cómo David Bowie cambió el rock con Ziggy Stardust

la-muerte-de-david-bowie-1557413w300En julio de 2012, cuando se cumplieron 40 años de la edición del mítico disco, el cantante ilustró la tapa de Rolling Stone; la recordamos

El 3 de julio de 1973, David Bowie esperaba sentado en el backstage del teatro Hammersmith Odeon de Londres. Asistentes, maquilladores y vestuaristas lo estaban preparando para la última fecha de su primera y exitosa gira con su extraordinaria banda, The Spiders From Mars. Mientras esperaba, cientos de personas tomaban sus lugares en el auditorio del teatro. Muchos de ellos eran seguidores: se vestían como Bowie, con ropa atrevida y glamorosa; se cortaban el pelo y se lo teñían para copiar su melena rojo shocking; emulaban el maquillaje pálido de la cara de su ídolo y se ponían brillo en los ojos, igual que él. Se identificaban con Bowie, y se sentían provocados por la audacia con que el cantante encarnaba, en sus propias palabras, la mutación y una sexualidad renegada. Esta era la gente, los marginados a los que Bowie les hablaba en «Changes»: «Y estos chicos a los que ustedes escupen/ por tratar de cambiar sus mundos/ son inmunes a sus quejas/ saben muy bien por lo que están pasando».

Dos años antes, pocos sabían quién era David Bowie. Venía tocando rock & roll desde 1962, y grabando discos curiosos y excéntricos desde 1967. Pero había concitado poca atención. Su progreso había sido tan accidentado que se preguntaba si debía continuar. Se veía más bien como un actor; quería usar su cara y su cuerpo, su voz y sus canciones, para interpretar papeles: roles estrafalarios. Luego, en 1971, se había dado cuenta de que podía juntar todo eso (la música y el teatro) en un solo personaje: Ziggy Stardust, un alienígena que había venido a salvar la Tierra, pero que en el camino encontró el rock & roll; que cantaba sobre el cambio y el dolor, y tocaba su música mejor que nadie; que tenía una vanidad inconmensurable, y el carisma suficiente para cogerse a quien quisiera, varón o mujer; y cuyas aspiraciones lo llevaron a la ruina, sin poder completar sus mejores propósitos. Ese personaje había hecho famoso a Bowie, y había creado un público alrededor de su singularidad.

Sin embargo, esa noche de julio de 1973, David Bowie dejaría atrás a Ziggy Stardust. Años más tarde, dijo: «No sabía si era yo el que escribía los personajes, o si los personajes me escribían a mí, o si éramos la misma persona». Tenía miedo de que esa confusión lo llevara a la locura, y no había nada que temiera más. Al irse del Odeon esa noche, quería olvidar para siempre a Ziggy Stardust, pero también dejaría atrás el hecho más importante de su vida: les había dado un modelo de valentía a millones de personas que nunca antes se habían identificado con un héroe de la cultura popular. Ayudó a liberar a otros, a pesar de que él mismo no pudo hacerlo.

Bowie diría que Ziggy Stardust era sólo una creación teatral, «pero interpreto el personaje a conciencia». En un recital en el Oxford Town Hall, en junio de 1972, Bowie se arrodilló ante Mick Ronson, le puso las manos en el culo al guitarrista y atrajo a Ronson y a su guitarra hacia su boca, simulando practicarle sexo oral, y el efecto fue titánico. La imagen (que sorprendió al mismo Ronson) fue tomada por la cámara y publicada en las revistas de música. Bowie se preocupó de inmediato, ante la posibilidad de haberse pasado de la raya. A la vez, corrió aun más riesgos fuera de los escenarios. En su entrevista más famosa, con Melody Maker en 1972, anunció espontáneamente: «Soy gay, siempre lo fui, incluso cuando era David Jones». Luego se preocupó: ¿Sus palabras habían acabado con sus posibilidades de ser aceptado en Estados Unidos? En realidad, Bowie era bisexual, y al estar casado y tener un hijo, probablemente su afirmación fuera aun más provocativa y desconcertante. En 1983 le contaría a Kurt Loder, de ROLLING STONE, que decir que era bisexual «fue el mayor error que cometí». El crítico John Gill consideró que Bowie había usado y traicionado la cultura gay, pero también admitió que le había infundido coraje a mucha gente para ser más abierta con su sexualidad. El cantante Tom Singer declaró: «Para los músicos gay, Bowie fue como un terremoto. Qué carajo importa si después renegó de nosotros».

Bowie y los Spiders From Mars (el bajista Trevor Bolder, el baterista Woody Woodmansey y el guitarrista Ronson) estuvieron de gira sin pausa durante dieciocho meses entre 1972 y 1973. En el libro Starlust: Secret Life of Fans, de Fred y Judy Vermorel, editado en 1985, alguien del público les contó a los autores: «Muchos hombres se sacaban la ropa interior y mostraban la pija por todas partes. Había un montón de fluidos dando vuelta por ahí. Una chica de hecho se la estaba chupando a alguien mientras intentaba escuchar lo que pasaba. Me parecía algo extraordinario, porque nadie tenía ninguna inhibición». Mike Garson, que luego tocó el piano con Bowie durante varios años, le contó a David Buckley: «Escuchaba un montón de anécdotas sobre lo que pasaba en el público, y por lo general las creía. Recuerdo haber visto muchas cosas locas».

Esa noche de 1973 en el Hammersmith Odeon fue su última aventura. «La verdad, quería terminar con todo eso», escribió Bowie en Moonage Daydream. «Estaba componiendo para un proyecto diferente, y estaba agotado y completamente aburrido del concepto de Ziggy Stardust, y no podía concentrarme en vivo… Estaba muy al límite y la estaba pasando mal.» Al final del concierto, antes del bis de «Rock ‘n’ Roll Suicide», Bowie se dirigió al público. «No sólo es el último show de la gira», dijo, «sino también el último show que vamos a hacer juntos. Adiós. Los queremos». El público quedó pasmado. Los Spiders From Mars, también. David Bowie había abandonado su álter ego y había despedido a su banda, todo en el mismo momento y en público. Era un ejemplo del legendario talento de David Bowie para romper relaciones, y para seguir adelante dejándolas atrás, como había seguido adelante dejándose atrás a sí mismo. Angela también afirmó estar sorprendida. Dijo que después de aquel evento, se convirtió en «persona non grata». David nunca volvió a hacerle confidencias, o a colaborar con ella como antes.

Ziggy Stardust asedió a Bowie durante mucho tiempo. Se convirtió en algo que creía que tenía que borrar de su pasado, o superar. Tenía la esperanza de poder dejar atrás al personaje, pero conservar al público. Aladdin Sane y Diamond Dogs eran, en esencia, continuaciones: la música se volvió más profunda, más riesgosa, más complicada, mejor; el punto de vista, más tóxico. Pero seguía siendo el mundo de Ziggy Stardust.

Los trabajos posteriores de Bowie nunca lograron superar realmente sus invenciones de principios de los 70. Los artistas pop no suelen tener más de una oportunidad para cambiar el mundo. David Bowie lo logró con mayor eficacia que la mayoría de los demás. Odiara o no realmente el rock & roll, lo usó para aquello que mejor sabe hacer el rock: prestarles la voz a los que no la tienen. Lo que es más memorable, se la prestó a gente a la que el rock & roll no les había abierto por completo los brazos. Los ayudó a entenderse a sí mismos con mayor claridad; los instó a darse permiso y los alentó a que descubrieran su identidad sin vergüenza, para disfrutar de ellos mismos y de los otros.

La medida del éxito de Bowie no es si fue o no capaz de reinventarse a sí mismo y seguir adelante, sino la forma en que ayudó a otros a afirmar sus identidades, que antes, por vergüenza o por sentirse intimidados, habían tenido que negar. Ziggy Stardust resultó liberador, y David Bowie fue su vehículo.

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