Este año, el actor regresó a sus raíces con la nueva película de la saga
Arnold Schwarzenegger se sube a un ascensor junto a un mural de Arnold Schwarzenegger, asciende hasta el tercer piso donde hay un pasillo repleto de fotos de Arnold Schwarzenegger, cruza una puerta protegida por una estatua tamaño real de Arnold Schwarzenegger y entra en su oficina de Santa Mónica. Sus brazos son enormes; sus pantorrillas sobresalen bajo un short deportivo azul: recién viene de entrenar. Schwarzenegger -de regreso en el sector privado hace ya más de cuatro años, luego de dos períodos al mando del estado de California- tiene sus reuniones de negocios y películas acá.
2015 es un retorno a las raíces: este mes sale Terminator Genisys, la cuarta película de Schwarzenegger para la franquicia. También se anunció un nuevo lanzamiento de Conan el bárbaro. Estas dos películas son lo contrario de un viraje, típico de final de carrera, hacia lo inesperado. En el trailer de Genisys, Schwarzenegger dice «I’ll be back» y salta de un helicóptero. Ese salto, desde una perspectiva implacable, refleja el precipitado salto de Schwarzenegger desde la política hacia las películas de acción: cuando era un gran candidato en el referéndum revocatorio de California en 2003, alimentó rumores de que cambiaría la Constitución para que un extranjero pudiera ser presidente. Obtuvo el 48,6 por ciento de los votos y gozó de una aprobación del 65 por ciento desde el principio; hubo un par de logros de gestión y un gran margen en la reelección. Pero también sufrió derrotas legislativas brutales y la recesión obstaculizó su agenda. Para el final de su mandato, su aprobación era del 23 por ciento y la deuda de California se había casi triplicado. En este contexto, que haga otra película de Terminator parece menos una victoria que una regresión poco digna.
Ahora Schwarzenegger sale de paseo en bicicleta en Santa Mónica y pedalea hasta Gold’s Gym. Algunos peatones reconocen al ex gobernador. Un tipo esperando el colectivo le ofrece un pulgar hacia abajo y hace el sonido de un pedo con la boca. En Venice, frente al Gold’s Gym, hay un paparazzi esperando. «¡Arnie! ¡Arnie!», grita, tratando lánguidamente de provocar una respuesta. «¿Sos el líder de una pandilla de ciclistas?» Schwarzenegger lo ignora. Su vida hoy se parece a la de alguien retirado: fuma habanos, viaja, pinta. Abrió un centro de gestión, en el que ayuda a abogar por programas extraescolares, reformas inmigratorias y protección ambiental. Y sigue teniendo muchas ideas para su estado, incluyendo cómo lidiar con la crisis del agua.
Más tarde Schwarzenegger pedalea hacia el océano para echarle un vistazo a Muscle Beach. Está fresco, y sólo hay un par de mastodontes en musculosas levantando pesas. La gente lo reconoce y se acerca, encendida. Schwarzenegger saluda con la mano, dice: «¡Hola! ¡Hola!». No le debe alegría a esta gente, pero parece feliz de proveérsela sin ningún esfuerzo. Es por eso que hace Terminator de nuevo, según dice: «Es uno de esos personajes icónicos que a la gente le fascinan. Siempre trabajé entreteniendo a la gente, o sirviendo a la gente».
Un tipo que parece limado, con una mochila enorme y una mountain bike, para al lado suyo. «Conan el bárbaro fue tu mejor obra, man», le dice. «Gracias», responde él, sin girar la cabeza ni desacelerar. «Me imaginé que serías vos el que iba en la bici. Me di cuenta de espalda», dice el tipo. «¡Por mis dorsales!», bromea Schwarzenegger. Y después grita: «¡Debería postularme para alcalde de la rambla de Venice!».