La pregunta central de la ficción de HBO: ¿puede una máquina volverse humana?
En un momento mejor para Estados Unidos, Westworld sería sin dudas ciencia ficción. En su lugar, es una sátira sangrienta y grotesca -y plagada de tetas- de la psicosis masculina americana en su versión más demente. Ocurre en un parque temático del futuro en el que los invitados pagan miles de dólares por día para vivir sus fantasías del Salvaje Oeste, la mayoría de las cuales incluyen disparar o torturar a los «anfitriones» robots que pueblan el parque. Bares, prostíbulos, pistolas y sombreros: son todas excusas para que la clientela realice sus deseos más depravados. Una de las mentes humanas detrás del parque describe a los invitados como «ricos hijos de puta que se quieren hacer los vaqueros». A los robots les sale una sangre que parece real , pero es todo juegos y diversión, siempre y cuando no sientan ni recuerden nada, ¿no?
Evan Rachel Wood es lo mejor de Westworld. Es el chispazo de humanidad que hace que todo sea cautivante. Su personaje de Dolores es la hija inocente de un granjero, que existe para ser rescatada o abusada, según los caprichos de su cliente. Y puesto que en general abusan de ella, vive la misma repetición una y otra vez, una repetición que termina cuando le limpian la sangre y le resetean la memoria. Pero parece estar almacenando recuerdos y descubriendo lo que está pasando: se está volviendo humana. Considerando la extraña carrera de Wood -estrella adolescente, musa de Marilyn Manson, reina de los vampiros en True Blood-, nadie podría hacer mejor de la ingenua americana diseñada en un laboratorio por científicos locos, y que se da cuenta de que está atrapada en el sueño enfermizo e interminable de otra persona.