Volvió V8… en forma de película

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El rockumental Relámpago en la oscuridad retrata la vida y obra de Beto Zamarbide y reúne por primera vez a todos los músicos de la banda tras su disolución

Una de las principales dificultades que encuentra la revisión histórica del heavy argentino es Ricardo Iorio: las complejidades que encarnan su figura son tan difíciles de desestructurar que los relatos terminan agotándose alrededor de él. Pareciera imposible encontrar nuevas formas de leer el fenómeno musical, cultural y social por encima de la biopic que Iorio guionó más con su impronta personal que con el pretendido espíritu de cuerpo del género que representa. Un rasgo muy propio de los caudillos.

Sin embargo, los realizadores Pablo Montllau y Germán Fernández (que se hicieron amigos en la escuela de cine justamente por su amor al metal) parecieron encontrarle una nueva salida al problema con Relámpago en la oscuridad. Se trata de un rockumental que revisa el heavy criollo a través de Beto Zamarbide, figura que rescatan de un lugar aparentemente secundario para reponerlo en el centro de la cuestión. Partiendo (pero nunca acabando) en la historia del excantante de V8 y Logos es como logran, en definitiva, una nueva forma integradora de ver a un género históricamente remachado por personalismos y relatos individuales.

«El heavy es un género en muy marginado. Entre otros motivos, porque hay también una auto marginación en el palo, lo cual a veces lo vuelve prejuicioso con todo lo que hay afuera. En ese sentido, consideramos a Beto como un transgresor que siempre se plantó con sus ideales», apunta Pablo. A su lado, Germán completa ésta última idea: «En sus comienzos con V8, mientras las bandas referentes aludían a temas ficticios, Beto cantaba sobre cuestiones sociales. Y cuando la gente esperaba que siguiera haciendo lo mismo, él aparece con Logos hablando de Amor, Dios y Fé. Siempre estuvo corriéndose de los lugares comunes».

A pesar de las ambiciones totalizadores, la peli surgió «como una fantasía de niños», según asegura Germán. Dos años después, Pablo compró una cámara y le acercaron la idea a Zamarbide. Ese fue punto de partida. «Lo que más nos atrajo de su figura fueron sus contrastes. La voz del metal argentino que es creyente y a la vez vive en Miami. Queríamos desenmarañar toda esa información», agrega Pablo. El rockumental fue estrenado en el último Bafici y ahora se exhibe en el cine Gaumont (Rivadavia 1635) en dos funciones: una a las 13.45 y otra a las 22.55.

La producción de Relámpago en la oscuridad llevó un total de cuatro años. La primera mitad fue a pulmón, hasta que se sumó la gente de Animal Films y el trabajo se agilizó. «La recopilación fue lo más difícil», asegura Pablo. «Recorrimos y visitamos a muchos personajes que vivieron la época, para pedirles archivo e incluso comprarlo. Conseguimos cosas alucinantes. Después llegó la edición, un trabajo diario de desgravar entrevistas, pensar la estructura narrativa, repensar las escenas, debatir cuáles iban y cuáles no».

La película indaga en la carrera musical de Zamarbide pero también se sumerge en aspectos de su vida personal que influenciaron su curso artístico. En el relato afloran un impensado paso por el coro de La Manzana de las Luces y su desconocida destreza en la luthería (Beto asegura haber hecho más de 40 guitarras y bajos), el descontrol tóxico de su juventud y su adhesión al cristianismo, su adolescencia en Chacarita, donde se encuentra la casa familiar con el legendario sótano que sirvió de base creativa de V8, y el éxodo a Miami, uno de los puntos más altos de Relámpago.

Con la misma intensidad de un recital, el rockumental pelotea entre la consagración del artista criollo hasta el destierro del inmigrante latino, sin perder de vista que siempre se está hablando de lo mismo. «Cuando fuimos a Miami, varias personas que lo conocían a Beto nos preguntaban por qué lo seguíamos a todos lados con las cámaras. Ahí descubrieron su pasado rockero, como ocurrió con la directora del colegio de su hija, una cubana que además era fanática del heavy», señala Germán.

Otro aporte mayúsculo de la película es la aparición de todos los músicos vivos de V8, algo que hasta ahora no habían conseguido los autores de otros trabajos similares. Gustavo Rowek, Miguel Roldán, Walter Giardino y, naturalmente, Ricardo Iorio, la figurita difícil. «Luego de varias idas y vueltas, Ricardo llamó a la madre de Beto para decirle que quería participar», cuenta Germán. Su aporte, lejos de eclipsar al resto del trabajo, contribuye a redondear la idea, darle otro volumen y reconciliar un pasado que hasta ese momento se figuraba crispado y tormentoso. No es casual que sobre el final aparezcan sobre un mismo escenario en aquella inolvidable noche de junio de 2013 donde Iorio y Zamarbide compartieron canciones de V8 por primera vez en 25 años. Y el cierre, como no podía ser de otro modo, fue con «Destrucción».

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