A esta altura cualquiera que tenga una mínima idea sobre su historia y no esté cegado por el fanatismo sabe que Limp Bizkit es una banda atrapada entre dos fuerzas. Por un lado su cantante/MC Fred Durst, que a los 45 sigue abrazado a su personaje de frat boy buscarroña que hace chistes de forros. Por otro su guitarrista Wes Borland, capaz de colar -por ejemplo- una larga y entreverada coda noise mientras su vistoso compañero hace una excursión a la platea para abrazar adolescentes. Nada de eso sorprenderá a nadie: Limp Bizkit siempre fue una especie de película imposible con Klaus Kinski y Adam Sandler. Si hay alguna novedad es, en todo caso, cómo los trucos fueron ganando terreno sobre la música.
«Hot Dog» y sus múltiples citas a Nine Inch Nails es otro de los puntos altos del concierto, que a partir de ese momento intercala canciones logradas como «Rollin'» o «My Generation» y números prescindibles como «Gold Cobra». Y además esos truquitos de los que hablábamos: DJ Skeletor disparando temas de hip hop casi enteros (el meme «Turn Down for What» de DJ Snake y Lil Jon, «Be Faithful» de Fatman Scoop y Crooklyn Clan, etc.) en los que Durst baila y monigotea, más monólogos del cantante sobre no ir a trabajar al día siguiente y asistir a fiestas a las que los varones no están invitados, más y más chistes sonsos (amagar a fumarse un faso que le alcanzan, abrir un preservativo y tirarlo a la gente), interacciones con las chicas del tipo «¿Querés algo de esto, piba?» (señalándose a sí mismo, claro), un puñado de covers (bien por las versiones de «Killing in The Name» de Rage Against the Machine y «Heart Shaped Box» y «Smells Like Teen Spirit» de Nirvana, innecesaria su infame reversión de «Behind Blue Eyes» de The Who) y Borland jugueteando con los riffs de «Walk» de Pantera, «Sweet Child o’ Mine» de Guns N’ Roses y demás. En las dos horas y pico que dura su show, habría que cronometrar cuánto tiempo neto pasa Limp Bizkit tocando sus temas y cuánto queriendo entretener.
En otro simpático entremés Wes le cede su guitarra a un pibe del público y canta «My Way» con tono de maestro de ceremonias siniestro. Los elogios a Borland nunca son suficientes: para muestra sirve «Break Stuff» cerca del final, en la que enrarece la atmósfera con efectos, tapping y riffs angulares muy por encima del potencial de su propia banda (aunque nobleza obliga: John Otto y Samuel G. Mpungu ensamblan una base rítmica de lo más groovera). El guitarrista experimenta en vivo, ante un público mayoritariamente sub-23 que sólo quiere saltar y gritar, en el grupo más mainstream del mundo. ¿Cómo no aplaudirlo?
Con «Take a Look Around» se da por terminada la velada, y entonces suena «Stayin’ Alive» de los Bee Gees y todo el mundo baila y la metáfora (voluntaria o no) queda en el aire: hay que mantenerse vivo. Para eso se puede evolucionar o se puede redoblar la apuesta. Adiviná qué hace Limp Bizkit.