Banda Hot: Indios

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Conozcan al grupo del interior que está ganándose el corazón del rock argentino

Mientras canta, Joaquín Vitola se pasea, elegante y bien hecho, por el borde del escenario de Hierlam, un bar de ruta en Paraná, Entre Ríos. Se mueve con llamativa naturalidad, con movimientos lentos y semblante ambiguo y seductor. En un momento, apoya una de sus piernas largas y achupinadas sobre el vallado y, sutilmente, como dejando entrever, se mete la mano ahí, en la parte baja de su geografía. Después guiña un ojo o tira un beso, y observa con aire misterioso el frenesí enrarecido que desatan sus movimientos. Cuando la canción termina, dice: «Nosotros somos Indios».

Joaquín Vitola es el cantante de Indios, una de las mejores bandas nuevas para ver en vivo hoy en Argentina. Se formaron en 2009 en Fisherton, un suburbio residencial a media hora del centro de Rosario, Santa Fe, y vienen juntando una cantidad considerable de admiradores célebres desde 2012, cuando su primer trabajo – un rejunte de demos caseros grabados en la casa donde Vitola vivía con sus padres – comenzó a circular en copias vírgenes que ellos mismos repartían en las radios o a la salida de shows de Babasónicos o Emma Horvilleur en Rosario.

Cuando Dárgelos escuchó a este quinteto, dijo en una entrevista al diario La Capital que eran «lo nuevo del rock argentino». Ale Sergi se enamoró de ellos instantáneamente después de verlos en vivo porque, en palabras del propio Sergi, «tocan para la canción: prolijos y ajustados. Y porque Joaquín es diferente, especial y único». A Leo García la música de Indios lo hace sentir joven y le recuerda a Soda Stereo en sus comienzos. «Me producen excitación, ganas de salir», dice Leo. «¡Es una de mis bandas favoritas!»

«Cuando empezamos no conocíamos a nadie», dice Vitola en el micro de gira de regreso a Buenos Aires, donde el grupo vive ahora. «Estábamos totalmente solos, perdidos en Fisherton.»

Una antigua version del grupo debutó en 2006 en Fisherton, en el cumpleaños de 16 del tecladista Agustín «Maga» Majdalani. Era el debut de un grupo de amigos del barrio, que había surgido a partir de zapadas entre Vitola y el guitarrista y compositor Nicolás de Sanctis, en el cuarto de De Sanctis. Ese lugar fue donde ocurrió el Big Bang de Indios.

Ninguno de los dos recuerda el momento exacto en que se conocieron. Apenas se habían visto un par de veces en el Jockey Club de Fisherton, a donde ambos iban a jugar al fútbol, cuando empezaron a juntarse en ese cuarto enorme con piso de madera y techos altos, dentro de una casa grande con muchos más cuartos que era la casa de la familia De Sanctis, otro chalet bonito de estilo inglés, como tantos en Fisherton, un barrio acomodado con grandes lotes, casas con jardines y señoras que todavía conservan la costumbre british de juntarse a las 5 p.m. a tomar el té.

A esa hora, De Sanctis volvía de la escuela y Vitola, que salía de un curso de inglés, iba hasta su casa y tocaba el timbre. «Yo llevaba un teclado y él tenía una guitarra y un equipito», recuerda Vitola otro día, antes de un showcase en una tienda de ropa en Quilmes. «Tocábamos y tocábamos y no nos dábamos cuenta. Por ahí empezábamos a la tarde y seguíamos hasta el otro día sin tomar ni agua.» Cantaban canciones de Catupecu Machu y de IKV, e intentaban darles forma a sus primeras composiciones. O escuchaban Bob Marley al lado de un gran ventanal que daba hacia una vía de tren que de noche parecía muerta. «Abríamos la ventana y cantábamos mirando los durmientes de las vías», recuerda De Sanctis.

En 2009 comenzaron a tocar formalmente en el acotado circuito del centro rosarino. Acababan de salir del secundario y empezaban a conquistar un público, compuesto en su mayoría por chicas que cantaban en sus shows. «Sus letras son directas y es fácil identificarse con ellas», dice Sofía Vitola, la hermana mayor de Joaquín, que es corista en la banda de Lucas Martí y tiene su proyecto como solista, Potra. «Todo en Indios está bien tocado, bien cantado, súper afinado.»

«La mayoría de las bandas de los de nuestra edad en Rosario tocaban punk-rock, mientras que nosotros éramos más pop y bien cancioneros», recuerda De Sanctis. «Eso provocó un fervor inicial.»

Pero después de tres años de llenar pubs y salas medianas y de agotar entrevistas en radios locales, el circuito se les terminó. «En un momento ensayábamos todos los días, pero llegaba el fin de semana y no teníamos dónde tocar.»

En 2012, Vitola, De Sanctis y el otro guitarrista del grupo, Patricio Almeyra -que en ese momento era el sonidista-, se encerraron en el living de la casa de los papás de Vitola con «dos colchones, una placa de audio y una laptop», y empezaron a trabajar en las canciones de De Sanctis. «Yo ni las grababa. Iba con la guitarra, se las mostraba en tiempo real, y ellos las producían, las deformaban.» Los dos expertos en sonido del grupo – Vitola y Almeyra estudiaban Grabación – se encargaron de construir la impronta sonora: crearon atmósferas de guitarra con trémolos y delay, y arreglos de sintetizadores para imprimirle un perfil más pop y espacial.

Con la ansiedad de tener el material fresco en la mano pero una escasa agenda de shows, empezaron a mirar más allá de los límites de su propio barrio. «Estábamos seguros de que teníamos algo distinto», dice Vitola. «Y ahí fue cuando empezamos a decir: ‘Che, ¿qué pasará en Buenos Aires?'»

Vitola ya conocía Capital Federal. Hacía un año y medio estaba estudiando Ingeniería en Grabación en una escuela porteña: alternaba entre la casa de sus padres en Rosario y el departamento de su hermana en Buenos Aires. Ese 2012, Vitola dejó Rosario definitivamente. Empezó a alquilar cuartos, compartió casas con otra gente y, con un poco de ayuda de sus padres, se fue moviendo como pudo. Y empezó a arengar al resto de sus compañeros a que lo siguieran, pero ninguno de los miembros de Indios trabajaba todavía. Salir de la burbuja Fisherton implicaba una movida estratégica.

Al principio optaron por venir esporádicamente en el auto del bajista, Guillermo Montironi, a repartir demos. Vitola los guiaba en la ciudad. «Yo ya estaba acá de pesadilla total, conociendo toda la escena», sigue Vitola. «Me acuerdo de venir la primera vez y que nos haga clic la cabeza», dice De Sanctis. «Rosario era una nebulosa y acá pasaba de todo.»

En 2013 abrieron dos veces para Babasónicos (en el Estadio Malvinas y el Coca-Cola in Concert), tocaron en el Cosquín Rock y en el Quilmes Rock, y Fito Páez los invitó especialmente a participar de un concierto solidario en Córdoba. Mientras, su primer corte, «Casi desangelados», comenzaba a sonar en Radio La 100 tres veces por día, un índice alto de rotación si se tiene en cuenta que cuatro es el máximo estimado de pasadas diarias para cualquier artista.

En 2014 ganaron el Premio Gardel a «Mejor Album Nuevo Artista Pop» y su música se viralizó en las FM de todo el país: Indios, el disco debut, metió tres cortes seguidos al tope de la rotación radial: «Casi desangelados», «Tu geografía» (que alcanzó 1.300.000 de views en YouTube) y «Ya pasó». Este último single llegó al Top 5 entre los temas más rotados de Radio y Televisión Argentina, y en junio alcanzó el puesto 2 en Radio, un debut estelar. A diferencia de Banda de Turistas, cuyo omnipresente hit de 2014, «Química», casi no modificó su corte habitual de tickets, el crecimiento de Indios impactó directamente en su convocatoria. «Hay gente que nos dice: ‘Admiro cómo pensaron esos temas radiales’, como si los hubiésemos fabricado adrede. Pero no, no fue así», dice Vitola. «Lo que nosotros flasheamos de entrada fue hacer buenas canciones.»

La fórmula de Indios -un compositor y guitarrista, y un performer resuelto en el micrófono- replica un sistema de juego clásico en la historia del rock. Vitola es la caja de resonancia de De Sanctis, el vehículo en el que sus canciones se transforman en algo más. La voz aguda y sensual de Vitola les da una atmósfera moderna a esas canciones que desnudas podrían sonar en cualquier fogón. «Si yo las cantara no tendrían esa magia», cree De Sanctis. Indios tiene ese encanto: dos líderes que no podrían ser uno sin el otro. «Es como medio irrepetible, ¿viste?», agrega Vitola. «Se juntan los polos y se genera algo.»

«Decidimos apostar a ellos», dice Diego Poso, gerente de Programación de FM La 100. Poso fue quien puso a rotar «Ella», el hit que desencadenó la explosión de Tan Biónica, y empezó a pasar canciones de Indios antes de que el grupo hubiera firmado un contrato discográfico. «Y tuvieron tres cortes exitosos en este primer disco. Si repaso la historia del rock argentino de los últimos diez años, me cuesta recordar artistas que hayan alcanzado eso, lo que me invita a pensar: ‘A ver, ¿cómo sigue este cuento de hadas?'»

Es un miércoles de mayo por la noche y los miembros de Indios están brindando con cervezas en los camarines de Niceto Club, en Palermo. Acaban de dar un show como teloneros de Temples y, como es la primera vez que abren para un artista extranjero, están entusiasmados. De repente, al camarín entra Juliana Gattas, la cantanta de Miranda!, que estaba en el público y viene a felicitarlos. «MUY BIEN INDIOS», dice levantando la voz, y después lo besa a Vitola en los labios. Vitola y Gattas son novios hace dos años y viven juntos. «Re estoy con ella», dice él. «Ponelo en la nota, no pasa nada. Tampoco soy Lennon. ¿Cuántas fans podemos llegar a perder?»

Una semana antes del show en Niceto, en un monoambiente de Palermo que Vitola alquila para juntarse y componer y grabar con Indios el material de lo que será el próximo disco de la banda, Vitola y De Sanctis abren una botella de vino, sirven un par de copas y ponen en perspectiva el presente del grupo. Están partiendo a México («Lo más lejos que habíamos llegado es a Santiago del Estero»), donde Sony Music acaba de editar su disco y ya tienen fechas en El Palacio de los Deportes del D.F., como teloneros de DLD (ex Dildo), y en el festival Rock por la Vida de Guadalajara, junto a Los Auténticos Decadentes y NTVG. «Nosotros sabemos que hay una sobreexposición porque somos banda nueva y a nuestro primer disco le fue muy bien», dice Vitola. «Pero eso es algo que nos pasa por el costado. No lo tomamos muy en serio porque no depende de nosotros, es un mecanismo de prensa que está ahí, paralelo. Nosotros básicamente vivimos para hacer canciones y estar en la sala. Ese es nuestro trabajo.»

Vitola enciende una Mac y en una pantalla enorme de LCD aparecen los coloridos tracks en Pro Tools, las maquetas nuevas: unas 30 canciones para «el segundo y el tercer disco», dicen ellos. Suena «Vení», una progresión típica de acordes con séptimas. De Sanctis canta: «Quereme como un corazón, dejá que sea así/Amame sin tener razón. Vení, vení». La melodía tiene un aire romántico y atemporal, que evoca la época en que los Beatles cantaban boleros tiernos como «Till There Was You». Pero la batería es siniestra y fría, tocada maquinalmente, hipnótica, como las de Charly García en Clics modernos. «Estamos logrando más densidad porque las canciones están proponiendo otra cosa», dice Vitola. La composición tiene una forma clásica pero el sonido es actual. Y el estribillo, como casi todos los de Indios, queda reverberando en la memoria después de la primera escucha.

«Desde las letras yo veo una evolución», sigue De Sanctis. «Ya no es tanto esa frescura juvenil del primer disco. Hay más ambiente, cosas más oscuras. Indios fue súper luminoso y alegre. Lo habíamos grabado en una casa, en un jardín, en nuestro barrio; era como todo más feliz, entre comillas. Y después pasa el tiempo y bueno, ves las cosas de otra manera. Creo que vamos hacia un pop evolucionado.»

«De repente nosotros éramos cinco pibes que estábamos ahí en Rosario, en un barrio quieto», dice Vitola mientras sirve otra copa. «Y pienso: ‘Wow, un disco es un terremoto’.»

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